domingo, 27 de junio de 2010

Los Árboles Mueren de Pie.


"...Estaba tranquila, no tenía miedo, pues sentía que toda mi vida estaba pendiente de esas palabras..."
Pero sin embargo, él tan solo me miraba, sin pronunciar palabra alguna, entonces sentí la necesidad de comenzar a preguntar; ya había derramado suficientes lágrimas en silencio como para seguir callando.
Nuestra historia había comenzado tan mágicamente, con tanta comunicación que de repente pensé en por qé no habría ahora de comunicarle todas mis inseguridades que venía trayendo desde hacía tiempo ya, pero sin dejar de amarlo un segundo.

Las historias de amor son así, plagadas de momentos maravillosos, y al mismo tiempo oscuros y tenebrosos. Poco a poco fuí soltando mis versos, los más tristes que haya podido decirle aquella noche. Sus ojos frente a los míos brillaban con nostalgia, como pidiendo auxilio a su propia razón, por demás agotada.
Y nos vimos tan diferentes, tan inaccesibles, tan tristes... mis lágrimas caían suavemente mientras pronunciaba las palabras más tiernas y amargas a la vez.. podría hasta asegurarles que pude sentir el aroma de la sal casi qeriendo correr sobre sus ojos color café...
Tan juntos, tan lejos, tan cerca de nuestros cuerpos, y su mirada como pidiendo permiso para tocar mis manos qe intentaban secar las gotas que caída cada vez más de mis ojos.

Era increíble ver tanto amor brotando de un aura profunda de nostalgias, jugándonos la vida con cada verso pronunciado.
Toda la magia, toda la ilusión, todas las promesas toda la pasión yacía al rededor de la cama, mirándonos con compasión.. Pero qé más podíamos hacer, si nuestros días se malgastaban, nuestra pasión se autoconsumía, y los presentes se ocupaban de ausentarnos cada vez más.

Dónde habían quedado aquellos primeros tiempos de la más terrible euforia, donde con tan solo una mirada podíamos crear realidades infinitas sin darnos cuenta del reloj.
Después de un rato comprendí, que a pesar del egoísmo que envolvía nuestros cuerpos, de que por más que ya no podía dejarlo todo por mí, se escondía en un rincón de sus pupilas un grito exajerado de perdón.
Entonces entendí que no existía el engaño, sino un inmenso amor; ese amor capás de traspasar cualquier límite del egocentrismo, de la humillación, del psicoanálisis, de la razón.
La contradicción nacía, de hecho no queríamos dejarnos, pero tampoco podíamos permanecer juntos. Y todo era tan triste...

Asi fue entonces, como lo ví desaparecer entre la niebla y la oscuridad de la noche y las calles de mi barrio... Dejándome un beso tibio, su perfume en mis almohadas, y su recuerdo en el colchón.



Mayo 27, del 2010*

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